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miércoles, 17 de septiembre de 2025

Bodega Kindgard

Bodega Kindgard:

El vino canta coplas en Purmamarca

En el kilómetro 1.739 de la Ruta 9, a pocos kilómetros de Purmamarca y sus cerros de colores, hay un rincón donde el paisaje árido se mezcla con el verde preciso de la vid. 

Allí, a 2.300 metros sobre el nivel del mar, la familia Kindgard —de origen sueco pero afincada en Jujuy desde hace años— da vida a un proyecto que es mucho más que vino: es hospitalidad, gastronomía y cultura local.

La historia comenzó en 2019, cuando los ingenieros agrónomos y esposos (se conocieron en la facultad) Mercedes y Adolfo Kindgard compraron la finca que había sido parte de la estancia Santa Rosa Chuschuyok (“lugar muy seco”, en quechua). Poco después plantaron Malbec, Cabernet Franc y Syrah, y en 2021 llegó la primera cosecha.

En 2023 la prima de Alfredo, Diana Bellincioni Kindgard —enóloga y anfitriona en nuestra visita— se mudó de Mendoza a Jujuy. “Al principio solo hacíamos vino, pero para venderlo había que abrir el restaurante y aprovechar el enoturismo que llega a la zona”, cuenta. 

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La propuesta gastronómica se inspira en la cocina familiar, herencia de un abuelo sibarita, y se nutre de ingredientes locales: como la cazuela de cordero con quinoa que disfrutamos mientras probamos los vinos de la bodega y que acompañó a la perfección un Malbec fluido y aromático.

La propuesta abraza con delicadeza la dualidad jujeña: el valle templado por un lado, la Quebrada (y la Puna) por el otro. Dos mundos en uno que se mezclarán en cada copa y en cada plato, siempre con esa comida familiar que Diana menciona.

El entorno es tan seco como bello: llueven apenas 80 mm al año, y el riego depende de vertientes, pozos o la acequia histórica que recorre la zona. El suelo pedregoso y la altitud hacen que las vides broten temprano y desarrollen uvas con carácter: aquí, el “hilo rojo” de la Quebrada se reconoce por un perfume herbal inconfundible.

Hoy, la finca cuenta con unas 4 hectáreas de viñedo: 14.000  plantas de Malbec, 2500 garnacha, 2500 sangiovese, 4.500 de Syrah, 4.000 de Cabernet Franc, 800 de Merlot, 700 de Torrontés, 500 de Chardonnay, 500 de Riesling y 500 de Cabernet Sauvignon.

Los vinos y sus nombres con historia

Los nombres de las etiquetas hablan del terruño y sus tradiciones.

  • Sacha Tigre (“casi tigre”, en quechua): línea de entrada que rinde homenaje al gato montés local. Probamos una muestra de tanque de un blend blanco de Torrontés, Riesling y Chardonnay 2025 (las uvas blancas allí plantadas), un blend de Cabernet Sauvignon de Tolombón (Salta) y Malbec de Jujuy y una Criolla 2024 de apenas 11° de alcohol elaborada con uvas de viñedos muy viejos (40 a 80 años) de pequeños productores, coordinados por el agrónomo Nicolás Buitrago quien recorre la zona y trae las uvas en cargas mínimas de 300 kg que llenan una barrica, para ir haciendo los vinos que se van sumando a medida que estas llegan. Este tipo de elaboracion genera ada año un corte distinto; en el que se suman Criollas Grandes, Chicas y Moscatel de Alejandría. “Los vinos sencillos son los más difíciles de hacer”, dice Diana.

  • Copleras: inspirada en las mujeres que cantan coplas, versos con tonadas distintas y con un mensaje, una costumbre tomada de la cultura española que se hizo propia y ya conforma el ADN del espíritu jujeño. Probamos el Malbec 2023, excelente, con fermentaciones largas, aromático, elegante y gastronómico y el Syrah 2023 (muy bueno también) una variedad que se adaptó de maravilla a la Quebrada, con fruta y frescura.

  • Tinto de neblina “Patula” 2023: blend de Malbec, Tannat y Cabernet Sauvignon de una finca en San Antonio, en plena yunga fría a 1.600 m. Allí llueven hasta 1.000 mm entre enero y marzo, y la uva baja… ¡a caballo! Crianza de un año en barricas usadas.

Además, se elaboran blancos de parcela —como el Sasha 2025 (Torrontés, Riesling, Chardonnay)— y un Cabernet Sauvignon 2022 de Salta con Malbec de Jujuy, vinificado en concreto, sin madera.

Desde mi última visita, la bodega sumó cabañas para alojamiento, completando la experiencia: vinos de altura, gastronomía con identidad, descanso en un paisaje único y el trato cercano de sus anfitriones.

Bodega Kindgard es la prueba de que Jujuy no busca copiar otros modelos vitivinícolas: aquí se apuesta por mostrar lo que la Quebrada puede dar, y hacerlo con una personalidad que se reconoce en cada copa. 

Entre coplas, sacha tigres y tintos de neblina, el vino se convierte en relato, y el relato, en memoria líquida de un lugar.


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