Viña Jardín de María
Memoria líquida en Las Compuertas
Hay bodegas que nacen de un sueño comercial y otras, simplemente, de un ritual familiar.
En Las Compuertas —ese rincón histórico de Luján de Cuyo que recorrí a fondo y donde aún sobreviven viñas que parecen marcar el tiempo con la paciencia del vino— se encuentra Viña Jardín de María, un proyecto pequeño, íntimo, casi doméstico en su origen y, justamente por eso, entrañable.
La historia no empezó con un viñedo, sino con una mesa llena de corchos. Cuando sus hijos eran chicos, Mónica y su esposo comenzaron a guardar los tapones de los vinos que abrían en momentos importantes: comidas con amigos, celebraciones, encuentros que quedaban para siempre. Cada corcho tiene fecha, lugar y motivo. Esa mesa familiar hoy inspira todo: hacer vinos que sean recordados.
Un terruño con memoria: 1910, pie franco y apenas 4 hectáreas
La finca está a 1030 metros de altura, a poca distancia del río Mendoza. Y aunque hoy hablar de “parcelas” parece una tendencia, aquí es literalmente la descripción de la realidad: solo 4 hectáreas, plantadas en 1910, cuando la idea de Mendoza moderna todavía no existía.
Hay apenas 88 hileras de Malbec y 77 de Cabernet Sauvignon, en pie franco, con raíces que llegan a 2,35 metros cazando humedad en profundidad. La viña sigue con riego tradicional por surcos, alimentado por las primeras aguas del deshielo andino. Un patrimonio vivo que sobrevivió a modas, arranques y replantes.
La producción es mínima, casi simbólica: muy pocas botellas por planta, lo suficiente para que cada cosecha sea una especie de reliquia líquida.
Un trabajo paciente: más jardinería que viticultura
El equipo no habla de manejo de viñedo con tecnicismos; su lenguaje es otro. La metáfora aparece sola: “Cuidamos la viña como una madre cuida a sus hijos”. No hay químicos, sí abonos naturales, poda minuciosa, desmalezado manual, uso de un viejo tractor con implementos específicos y hasta sensores de humedad colocados a distintas profundidades para entender el pulso del suelo.
Control de estrés hídrico, palos y cabeceros sin químicos, trabajos lentos y a medida. No hay industria, casi podría decirse que es una viña tratada como un jardín y de allí su nombre.
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Viña Jardín de María 1910: la primera botella de un legado
De esta finca aparece el vino que da nombre al proyecto: Viña Jardín de María 1910, una producción limitada que nace de la selección manual de racimos colocados en pequeñas cajas de 8 a 10 kilos. Solo se eligen las cepas más antiguas, aquellas que ya pasaron los 110 años y siguen dando fruta con equilibrio, densidad y un carácter que no se imita. Es un vino que no pretende volumen, sino memoria. Lo que empezó con una mesa de corchos ahora lo elaboran de la mano del enólogo Lucas Richardi y se embotella.
Aceite de oliva: otro hallazgo centenario
La finca también guarda olivos centenarios, tan silenciosos como las vides. De allí obtienen un aceite de oliva extra virgen de extracción manual y primer prensado en frío. Denso, amable, equilibrado, pensado para acompañar sin protagonismo, como suele suceder con lo auténtico.
Wine Experience: vivir adentro del vino
El predio tiene una casa antigua entre los viñedos, con vista franca a la Cordillera. Allí se puede pasar la noche, despertar frente a la montaña, caminar entre cepas centenarias y cerrar el día con un asado bajo las estrellas. Más que turismo, es una invitación a quedarse adentro del vino.
Viña Jardín de María no compite por producción ni escala. Su ambición es otra: que cada botella sea un nuevo corcho en la mesa de alguien, en una historia que todavía no se escribió. Allí reside su encanto.
Pequeña en tamaño, inmensa en sentido, Viña Jardín de María no busca ruido, sino recuerdo
Notas del "El Ángel del Vino" sobre destino Las Compuertas, Mendoza:

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